¡Hola lectores! ¡Ya ha sido más tiempo del que planeaba desde la última vez que hablaba con ustedes! Oh sí, soy yo, Guille, aquel que tanto se ha distanciado de ustedes. Pero nunca teman, que siempre encontraré la manera de volver a redactarles, siempre con todas las ganas del planeta. Me he de disculpar, claramente por el abandono, pero no ha sido mi culpa, el mismísimo universo conspiró contra mí. Pero aquí estoy, para volver a rellenar los espacios que me corresponden. Hoy vengo a compartirles una Historia Friki; una Historia Friki que surgió en uno de mis paseos entre las solitarias montañas, mientras mi mente estaba despejada y tranquila. De esta Historia, que pensaba que iba a ser algo relativamente pequeño y sin mucha relevancia, ha surgido, sorprendentemente, una segunda Serie Friki, esta con una temática más seria y aplicada. Y es por eso que esta historia demorará un poco más en continuarse, puesto a que necesito más tiempo para meditar el rumbo de las cosas, qué ocurrirá, personajes y en fin, muchas cosas. Pero eso sí, con cada episodio, será un conjunto de mucha dedicación y empeño, como ya dije, una obra más seria. Ojalá que les agrade, pues tengo muchos planes para esta serie. Y bueno, ahora, sin más preámbulos, vamos al primer episodio de "Conection".
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Elias no dudaba al escribir, y lo hacía con tal rapidez que casi no notaba lo que escribía. El sonido de las teclas bajo sus dedos era como la más bella de las músicas para él. Incesante, decidido, e inspirado. Elias escribía la gran idea que había surgido en su cabeza mientras dormía. Eran las dos de la mañana del martes quince de enero del 2013, cuando Elias despertó en su pequeña habitación sudado, y jadeando. Con no más que una sonrisa se encaminó a su ordenador y comenzó a escribir como nunca. Con los ojos dolorosos y somnolientos, Elias visualizaba las páginas que iba escribiendo a una sorprendente velocidad. No descansó para nada.
Cuando la luz del día empezó a abrirse paso
por los árboles del bosque, hasta la cabaña de Elias, éste detuvo su trabajo.
Suspirando de relajación y recostándose en su silla, vio con ojos aún de sueño
su trabajo. En no más de cinco horas, había escrito ciento cincuenta páginas
sobre su fascinante idea. Sonriendo estiró su brazos y piernas, solamente
pensando en volver a dormir. Cuando se levantó de la silla, vio de reojo la
cocina, y decidió desayunar algo. El piso de la casa era de madera, al igual
que las paredes y el techo. En la sala de estar se encontraba el ordenador en
un escritorio de madera de roble que se hayaba pegado a la pared. Había una
alfombra de colores azul oscuro, rojo y verde, y sobre ella una mesa ovalada de
madera se lucía, con un florero sobre él. La mesa estaba rodeada de sillones marrones
que, a pesar de lo que se esperaba, daban un aspecto acogedor a la casa. Junto
a la mesa y los sillones se hallaba la chimenea, probablemente lo único en la
cabaña hecho enteramente de piedra. Y del lado contrario a la chimenea, una
ventana dejaba observar el inmenso bosque nevado que recibía los primeros rayos
de sol del día.
Ya en la cocina, Elias comenzó a hervir agua
para preparar café. Mientras esperaba, se dirigió a la ventana que se hallaba
justo por encima del lava platos. Y vio el otro lado del bosque, donde el sol
no estaba presente, mientras abría la ventana con ambas manos. Sacó su cabeza y
respiró profundamente el aire puro del bosque. Según Elias, no había mejor
sensación en el mundo que sentir el aire directamente de un bosque, del cual
brotaba una esencia que hacía sonreir a Elias, mientras cerraba sus puños con
fuerza y cerraba sus ojos. Y el melodioso sonido de las aves cada mañana era
tan hermoso para Elias, que lo único que sabía hacer al escucharla era dejar de
hacer cualquier sonido, y escularlo con toda su atención. Su amor por la
naturaleza de aquel basque era magnífico. En pocas palabras, esa fue la razón
por la cual decidió vivir en medio de un gigantezco bosque, fuera de todo
contacto con las personas. Después de la vida que llevaba, lo único que deseaba
era paz.
Y en su retiro, buscó una manera de despejar
su mente, encontrando así el arte de escribir novelas de ficción. Desde siempre
le había fascinado la idea de volverse un famoso escritor, y hacía no más de un
año había publicado su primera novela, la cual añoró como su primer paso a la
grandeza. Pero después de esa única novela que tuvo suficiente éxito para
impulsarlo al mundo de los libros, no tuvo una sola idea para un próximo libro.
Y así habían pasado meses, sin tener la más mínima idea para seguir con su
carrera. Hasta la madrugada de ese mismo día.
Volviendo a su agua hirviendo, Elias no
tardó mucho en terminar de preparar su café con toques especiales de canela, y
salir hacia su habitación. Iba a mitad del camino a través del pasillo cuando
se dio cuenta que ya no tenía sueño, y, dando un sorbo a su café, dio vuelta,
volviendo a su ordenador. Se sentó mientras suspiraba y dejaba su café a un
lado de la pantalla. El archivo de ciento cincuenta páginas seguía abierto, con
la finalización de siete capítulos que narraban con detalle los inicios de una
organización que lo controlaba todo. Todo. Con sumo intelecto Elias escribió en
su estado de recién despierto cómo un hombre había descubierto el mecanismo por
el cual todas las mentes del mundo están conectadas por una fuerza que ni él
mismo lograba comprender. El hombre, entonces, desarrolló un sistema que le
permitió manejar esta conexión mental a su gusto y placer, a tal punto que
podía matar con unos cuantos códigos en su sistema. Pero tal era la euforia del
hombre ante tal poder, que olvido por completo que el sistema había sido
desarrollado en base a las conexiones de su propia mente, y por tanto, el
excesivo uso de ese sistema le desgataba la mente tanto que sufría cada momento
desmayos espontáneos. No hay premio sin sacrificio, recalcó Elias varias veces
en las páginas que llevaba. Ese dichoso sistema que tanto honraba al hombre
terminó matándole, dejándo una leyenda a su silueta.
Y entonces, no más de veinte años después,
otro hombre se aventuró a los misterios de la mente, siguiendo un cuaderno que
el primer hombre dejó enterrado. Este segundo hombre, era entonces el hijo del
primero. El hijo fue más precavido que su padre, pues rediseñó por completo el
sistema, asignándole un nombre incluso: Siqtem. Y entre los cambios que
realizó, el hijo cambió la fuente de energía para Siqtem. Ahora utilizaba la
energía mental de gente específica designada por el hijo, evitando el desgaste
mental que venía de la mano con Siqtem. Y ya sin barreras ni peligros, el hijo
expandió Siqtem, volviéndolo un sistema capaz de ser utilizado por más de una
persona, y formó una organización secreta capaz de controlarlo todo en el mundo,
una organización bajo el nombre de Sistema. Podían matar, dejar vivir,
destruir, crear, y en poco tiempo cada uno de los integrantes se sintió tan
grande como un dios. No había barreras en su camino.
Fue entonces cuando un muchacho de diescisiete
años llamado Joe se enteró de la clandestina organización del hijo. Y junto a
un grupo de personas selectas, formó una segunda organización cuya meta sería
detener a Sistema, y destruir Siqtem. Justamente en esa sección de la historia,
en la que se formó la organización “buena”, Elias se había detenido. Ahora leía
secciones de su trabajo mientras terminaba su café, corrijiendo varios errores
que tuvo debido a su prisa al escribir, y el sueño que tenía entonces.
Finalizando, Elias dio el último trago de café y continuó escribiendo, con la
mente ya despejada y dispuesta a seguir de una manera más profunda la historia.
Ahora Joe debía moverse para atacar a Sistema.
Elias se sumió tanto en su historia, que
olvido por completo la noción del tiempo, y en lo que le pareció poco más de
una hora, fue un total de cuatro horas de continua escritura, reescritura,
corrección, modificación y otros tantos cafés. Esta vez escribió cien páginas
más, haciendo un total de doscientas cincuenta páginas. La historia no estaba
concluida, pero Elias estaba muy satisfecho con lo que había logrado hasta ese
punto, y en un solo día.
Eran las once de la mañana, y Elias estaba
totalmente decidido a que había tenido la idea de su vida. Por tanto, decidió
enviarle el archivo a su editor, de manera que lo corrijiese y asesorara a
Elias en el desenlace de la historia. Para ingresar a Internet, necesitaba de
un módem de internet móvil, el cual Elias en ese momento desconocia su locación.
Estaba perdido. A Elias no le había importado saber dónde estaba, después de
tanto tiempo si tener algo que hacer en Internet había perdido el interés, y
ahora lo necesitaba más que nunca. Se levantó de la silla y corrió a su
habitación. Buscó bajo su cama, en el ropero, salió y buscó en el baño, el
cuarto de invitados, la cocina y la lavandería. Un transcurso total de una hora
para no encontrar el módem de internet. Regresando de la cocina, Elias se
dispuso a continuar escribiendo, cuando, antes de sentarse, vio en su librera
algo pequeño y blanco. Con entusiasmo se encaminó a la librara, la cual era
larga y baja, llena enteramente de libros, hallándose en la pared contraria a
la de la chimenea. Llegando a su destino, el cual no estaba realmente lejos,
tomó el pequeño módem con una sonrisa, y regreso a su ordenador.
Tras cinco minutos para iniciar la conexión
a internet, Elias empezó a hacer los últimos retoques a su trabajo sin
finalizar, y abrió su correo electrónico, listo para enviar su archivo.
Utilizaba una dirección distinta a la que él había creado originalmente hacía
tantos años; la nueva dirección no tenía incluso su verdadero nombre. Esa
dirección la había creado con el fin de no ser agobiado por mensajes de
terceras personas, ya que necesitaba tener un correo para comunicarse
directamente con su editor. Al ser una dirección privada en la cual solamente
tenía como contacto a su editor, no había más que ocacional correo basura en su
bandeja de entrada. Pero esta vez fue distinto.
Al abrir su bandeja de entrada, se encontró
con el comunal correo indeseado; ofertas, descuentos, viajes, y un largo
etcétera de algunas cosas que recibía Elias. Pero en efecto, esta vez fue
distinto. Además del correo basura, había un mensaje, sin un solo dato visible.
Las casillas de “De:” y “Para:” estaban vacías, algo que sorprendió a Elias. Lo
primero que pensó fue que era simplemente otra cadena innecesaria, pero luego
se percató que claramente para enviar un mensaje sí o sí hay que colocar quién
iba a recibirlo. Elias, consumido por la curiosidad, se aventuró a entrar al mensaje.
Y en ese momento, el momento en el que Elias pasó de la página de la bandeja de
entrada hacia el cuerpo del mensaje anónimo, empezó absolutamente todo.
Una sola línea estaba escrita en el mensaje.
Sin archivos adjuntos, sin modificación en el texto. Nada, solamente el texto
en bruto. El mensaje decía:
“Sigue y envíalo, si tienes la valía
de arriesgar tu vida.”
Elias miró con confusión el mensaje,
tratando de entender lo obvio. Fue tan difícil para él pensar en una razón para
la llegada extraña de tal mensaje, aunque era obvio. Pensó en quién pudo haber
escrito esa misteriosa línea, aunque era obvio. Y también intentó saber a qué
cosa el mensaje se refería, aunque era obvio. Antes si quiera de empezar a
pensar al respecto, Elias ya sabía lo que ocurría. Aunque ni siquiera él creía
sus propios pensamientos, era algo tan evidente como la vida misma, y le
parecío lo más terrorífico y extraño de toda su vida.
Sistema
es real, y publicar un libro sobre ellos solamente los llevará a estar más
cerca de ser descubiertos. Pensó Elias, pensando en cuán absurdo sonaban
sus pensamientos dentro de su cabeza. Luego de un largo rato viendo con
seriedad la pantalla, Elias se recostó en su silla y rió tan fuerte como nunca
lo había hecho, tanto que incluso tuvo que sostenerse de su escritorio para no
caer al suelo. Entre risas aún, Elias cerró el mensaje, totalmente seguro que
era una cadena o una broma. Fue al botón de enviar, rellenó la información
necesaria, y envió su manuscrito incompleto a su editor, sin dejar de reir.
Cuando se tranquilizó, se levantó de su silla y estiró su cuerpo, encaminándose
a su habitación para regresar a su perdido sueño.
Y luego, en mitad del camino a su
habitación, Elias escuchó un sonido extraño. Era grave, pequeño pero ruidoso.
Era como un gruñido de una pequeña creatura. Pero Elias, luego de ponerle más
atención al sonido, se dio cuenta que no era más que su estómago pidiendo con
toda su fuerza comida. Y sí, Elias estaba hambriento. Después de un suspiro de
tristeza, por no poder seguir durmiendo, se dirigió a su habitación. Tomó un
suéter, botas y una bufanda, y luego de ponérse sus ropajes, Elias salió de
casa, hacia la fría mañana del martes.
Como siempre, el suelo estaba cubierto por
una gruesa capa de nieve, y así seguía hasta entrar al bosque, donde la nieve
se hallaba sobre los árboles, logrando un paisaje simplemente exquisito. O por
lo menos así lo era para Elias, quien siempre que salía de casa admiraba el
inmenso bosque y sonreía, y por supuesto hoy no hubo diferencia. Su casa se
hallaba en una colina, más o menos en la mitad del bosque. Un camino le llevaba
desde la cima de la colina, su casa, hasta abajo, donde se encontraba su garaje
y un pequeño almacén. Pateando la nieve en su camino, Elias descendió por el largo
camino hasta debajo de la colina. Y ya estando abajo, se dio cuenta que hubiera
sido mejor haber tomado dos suéteres. Con el frío que llevaba, se apresuró a
entrar a su garaje, cerrando la puerta tan rápido como podía.
Ya adentro, Elias sintió un poco más de
calidez, pero el frío aún se hacía presente. El garaje tenía el tamaño exacto
para un solo vehículo, y algunas cosas extras por los lados. Se iluminaba
gracias a un tragaluz en el techo, y retenía un gran pick-up Dodge rojo. De
Elias, claro. Sacó del bolsillo de su ropa de dormir las llaves del pick-up, y
abrió la puerta. Se sentó un momento en los cálidos sillones, disfrutando un
poco del calor. Y luego, escuchó po segunda vez su estómago. Entonces se
apresuró, encendió el motor y salió del pick-up. Llegó a la gran puerta del
garaje y la abrió, rápidamente regresando a la calidez del vehículo. Avanzó un
poco, lo suficiente para alejarse del garaje, y, reuniendo fuerzas, salió
corriendo a cerrar la gran puerta. En el camino de regreso, tropezó y cayó dos
veces antes de entrar en su Dodge.
*****
Ya llevaba siete minutos de travesía por el extenso bosque, a través del
único camino que lo atravesaba. Elias iba con la radio encendida, escuchando
música a todo volumen, enriqueciendo su visualización general del paisaje que
paseaba en su gran pick-up. Deseaba bajar la ventanilla para poder verlo mejor,
pero tenía miedo a que el frío le congelara, y decidió admirar el paisaje desde
dentro, a través de sus ventanas polarizadas. Iba camino al único pueblo en las
cercanías, el amigable y pequeño pueblo de Longville. Si había un lugar lleno
de gente donde Elias disfrutara estar, no sería otro más que Longville.
Todos sus habitantes eran muy unidos, sobre
todo porque era un pueblo bastante pequeño, de no más de cuatro mil habitantes.
Un pueblo pequeño y alejado de verdadera civilización; más que perfecto para
Elias. Elias tenía un número pequeño de personas allegadas a él. Un grupo
pequeño, pero eran más importantes para Elias que cualquier otra persona. En
primer lugar estaba Johnson, el barbero de Longville. Era un hombre de sesenta
años, con anteojos circulares y grandes, con una pequeña barba gris en su
barbilla. Cuande Elias le visitaba, ya fuera para un corte de cabello o para
pasar a saludar, Johnson siempre le recibía con buen carisma y ánimos de
conversar. Un gran amigo, de hecho. Luego estaba Bill, su editor. Si bien Bill
no era del todo un mejor amigo para Elias, siempre se pasaban muy bien el
tiempo y se tenían mucha estima. Era de complexión un tanto gorda, algo que
Bill siempre refería como “Huesos gruesos”, con lo cual siempre bromeaba con
Elias. Bill no vivía fijamente en Longville, pero pasaba la mayor parte del año
allí, visitando a Elias o comiendo en la Casa de Ellen. La Casa de Ellen, un
pequeño restaurante en medio del pueblo, con recetas de comida pasadas de
generación en generación de la familia de Ellen. Ellen es, también, otra de las
personas queridas por Elias. Ella tendría entonces cuarenta y tantos años.
Había enviudado hacía no muchos años, y por eso mismo abrió la Casa. Ellen fue
la primera persona que Elias conoció en Longville, mientras una noche pedía indicaciones sobre cómo
llegar a la entrada del bosque, que le llevaría a la colina dónde se ubicaba su
casa. Johnson, Bill y Ellen, las personas más queridas por Elias.
Y luego de ellos tres, estaba una categoría
más; un nivel de aprecio distinto, mejor, y más afectivo. Este nivel
correspondía a Joanne Collins, la hija única de un matrimonio asesinado por un
psicópata cuando Joanne tenía tan solo dos años. Desde hacía entonces, Ellen la
tomó en adopción, muchos años antes de abrir la Casa. Joanne llevaba ya veinte
años con Ellen, y no había tenido problema alguno para llamarle “Mamá”, incluso
cuando a los trece años se enteró del destino de sus padres. En apariencia, no
había nadie como ella, según Elias. Tenía un largo y liso pelo rojo; ojos
oscuros y tez clara, con estatura promedio y, según Elias, la mejor sonrisa de
todas. Y Elias se dirigía a ningún lugar más que la Casa, a visitar a Ellen y,
por supuesto, Joanne.
Elias entró entonces al pueblo. Los
edificios eran bajos, ninguno sobrepasaba el quinto piso. Las calles seguían
llenas de nieve, salvo por algunas rutas que hacían notable la anterior
presencia de algún auto transcurriéndolas. No le tomó a Elias mucho tiempo
encontrar la Casa, pues conocía el camino hacia ella perfectamente. Bajando de
su Dodge, corrió de prisa hasta el interior de la Casa, en busca de calor.
Habían unas treinta personas sentadas por todo el lugar, desayunando o
merendando. Y con leve olfateo al aroma de la comida preparándose, Elias se
sentó en la barra.
Ya sentado en una de las altas sillas de la
barra, Elias se dispuso a leer el menú que había frente a él. A pesar de tener
ya en mente qué ordenar, Elias meditó entre los diversos platillos que se
ofrecían; y al final cambió su decisión inicial por una crepê de pollo a la
parrilla. Tomó un periódico que estaba no muy lejos de su asiento, y empezó a
leerlo.
-¿Puedo tomar su orden?- Dijo una voz dulce
y familiar. Elias bajó el periódico de su vista para ver a la mujer detrás de
la barra. Tenía un rizado cabello castaño, envuelto en una red de cabello, y
llevaba puesto un delantal blanco hasta los tobillos. Su cara estaba sonriente
y sus manos estaban en sobre la barra. Sus ojos fijos en los de Elias. Elias le
devolvió la sonrisa a Ellen.
-Pues sí, Ellen, puedes tomar mi orden.-
Dijo Elias, doblando el periódico y poniéndolo a un lado. Ellen respondió
cerrando los ojos y sacando de un bolsillo en su delantal una libreta y un bolígrafo.
-Llegas tarde, para que lo sepas. Pensé en
irte a buscar, nunca habías tardado tanto.- Y era cierto, Elias llegaba siempre
a la Casa a eso de las siete de la mañana, justo una hora después de abrir.
Entonces eran las diez y media de la mañana, un atraso de tres horas y media. Y
en su defensa, Elias le relató a Ellen que había despertado a bajas horas de la
madrugada a iniciar la escritura de uno de sus mayores logros. No le comentó
nada sobre la trama, para guardar la sorpresa. -Oh, entonces, ¿Te has
inspirado?- Elias asintió lentamente. -¡Muy bien! Pues entonces celebremos tu
futuro éxito con un desayuno delicioso a cuenta de la casa. Solamente dime qué
quieres.
Elias sonrió y dijo su orden. La sonrisa de
Ellen se desvaneció en el instante. -Elias, eso es un almuerzo, y seguimos en
hora de desayuno. No he encendido la parrilla aún.
-Pero Ellen, yo siempre pido algún almuerzo
en hora de desayuno, sobre todo para proporcionarme energía para el resto del
día. Un desayuno me aburre.- Elias vio a Ellen a los ojos, desviando su mirada
por pequeños momentos, presionado por la severidad de la mirada de Ellen.
Después de unos largos cinco segundos, Ellen suspiró y habló.
-Ojalá,- Dijo, volviendo a la cocina. -y ese
libro sea el más vendido por al menos cinco semanas consecutivas.- Elias le
sonrió y Ellen entró a la cocina. Elias volvió a su periódico, sorprendido por
el encabezado de la primera página. “Tiburones de Longville derrotan a los
Esquimales de Requisford.”
Longville era pequeño, pero no se quedaba
sin su propio equipo de hockey. Elias no era precisamente el más fanático del
deporte, pero si que quería a Longville, y no podía dejar de apoyarles en los
constantes partidos. Aunque claro, el apoyo no mejoraba los repetitivos
marcadores en contra de los Tiburones. Más de seis años llevaban sin ganar un
partido de gran escala, y menos clasificar para un campeonato. Y esta victoria
en particular era necesaria para entrar al próximo campeonato ragional. Una
buena noticia para los habitantes de Longville, de hecho.
-Un hermoso partido, y dicen que jugamos con
trampas. ¡Bah!- Dijo una voz familiar al lado de Elias. Elias no tuvo que
volverse para saber quién le había hablado, y ahora se sentaba junto a él.
Cambiando de página en su periódico, empezó a hablar.
-Buenos días Bill, ha sido un largo tiempo
desde que se te vio por aquí.- Dijo Elias, sin apartar sus ojos del periódico,
a pesar de haber perdido el interés por el artículo con la llegada de Bill.
Bill giró su cabeza hacia Elias, y le vio con ojos confundidos.
-¿Qué? ¿No me vas a saludar adecuadamente?
¡Somos amigos!- Dijo Bill, levantando los brazos en su última oración. Elias
colocó lentamente su periódico en la barra, llevó su mano a la cara y suspiró.
Luego vio furtivamente a Bill directamente a los ojos. Una mirada que jamás
habia visto Bill hacer a Elias, y le dejó perplejo y, sobre todo, asustado.
-Atrévete a llamarme una vez más “amigo”, y verás.-
Bill empezó a murmurar algo para disculparse con Elias, aún estando sorprendido
por su reacción, cuando este comenzó a reir lentamente y luego empezó a
vociferar carcajadas. Conciente del engaño de Elias, Bill comenzó a reir
también por lo bajo, y luego la gracia fue aumentando al punto de hacerle reir
casi tanto como Elias. Luego de casi un minuto, los dos terminaron de reir.
-Ahh, Bill, ¡Sí que te he extrañado!- Dijo
Elias, levantándose de su asiento y abrazando a Bill. -Tenías que ver la
expresión en tu cara, ¡Estaba para partirse de la risa! No recuerdo la última
vez que reí con tantas ganas.
-Bueno, yo tendré cara graciosa, pero tú
estás claramente loco.- Respondió Bill, al tiempo que Ellen llegaba junto a
Elias y posaba un café junto a él. Después de intercambiar saludos con Bill y
una pequeña plática, Ellen se retiró de nuevo a la cocina. Momento en el que
Elias empezó el asunto principal que tenía en mente: Su nuevo libro.
-Bill… Esta vez es algo enorme, una idea
excelente. Siento que esto es lo que he estado buscando, lo que necesito para
regresar a la cima después de tanto tiempo de sequía. Con esto volveré.- Bill
le veía atentamente mientras Elias explicaba cómo sucedió la llegada de su
idea, en la madrugada y él en un charco de sudor. -Y luego de eso,- Continuó
Elias. -empezé a escribir con tanto esmero y dedicación, que perdí la noción
del tiempo. Logré recopilar unas doscientas cincuenta páginas, ¡Solamente hoy!
Imagina lo que lograría si me pusiera en la historia días… Incluso semanas… ¡La
idea de mi vida!- Bill le veía con una sonrisa en su rostro, siempre con
atención ante tal entusiasmo por parte de Elias.
-Muy bien, y ¿De qué va la historia?-
Preguntó Bill, recibiendo una taza de café por una camarera.
-Eso ya lo averiguarás cuando leas el
manuscrito que te envié.- Dijo Elias, negándose a arruinar la sorpresa. Bill
dio un largo trago a su café, terminándolo, y se puso de pie.
-Entonces me pondré a ello ahora mismo. ¿Lo
enviaste a nuestro correo privado?- Elias asintió. -Perfecto, entonces empezaré
a leerlo ya mismo.- Bill sacó su enorme teléfono sin teclas, tan solo una gran
pantalla táctil, y empezó a ingresar a su correo. Elias nunca habia sentido la
necesidad de tener un móvil de tan alta tecnología, pero ahora veía que era
útil por lo menos en el sentido de revisar el correo. Entonces Elias se percató
de algo.
-¡Te vas!- Dijo, levantándose también. Bill
le vio a los ojos y luego le respondió.
-Claro, yo venía a saludar. Tengo algunos
asuntos pendientes en casa… Luego nos veremos.- Y antes de que Bill pudiera
alzar su mano para despedirse, Elias ya estaba a su lado.
-Por lo menos te acompaño a tu auto, que
llevamos un buen tiempo sin vernos.- Bill sonrió y vio a Elias, miviendo su
cabeza en dirección a la puerta. Y comenzaron a caminar a la salida. Estában a
punto de salir, cuando la voz de Ellen se escuchó detrás de ellos.
-¡Elias! ¡No te irás sin comer! ¿O sí?-
Elias giró su cabezá para confirmarle a Ellen que volvería en unos segundos.
Luego ya estaban fuera.
-Pues no tiene una introducción del todo
clara, hay muchos agujeros en los primeros diálogos y por lo que veo, estabas
medio dormido al escribirlo.- Dijo Bill, riéndose de las incoherencias en
varias palabras del texto. Elias también se rió.
-Pues no es como si tuviera muchas ganas de
incorporar apropiadamente a la historia, solamente quería escribir… Y al
parecer no de la mejor manera.- Explicó Elias, luchando contra el frío del
exterior, de nuevo arrepintiéndose de no llevar un segundo suéter. -Y… ¿Ya
llegaste a la parte del descubrimiento del primer hombre? Creo que debo ponerle
un nombre atractivo y serio, probablemente malévolo.
-Pues sí Elias… Ya llegué a es--a… Esa
parte…- Un segundo más tarde, Bill se hallaba en el suelo, respirando con
dificultad, ya sin el móvil en su mano. Elias tardó poco más de otro segundo
para darse cuenta de lo que ocurría, y se tiró junto a Bill.
-¡Bill! ¡¿Qué te ocurre?! No, no… ¡Bill!-
Elias llevó dos dedos de su mano al cuello de Bill, solamente para confirmar lo
que ya temía. Una lágrima bajó por su mejilla.
Elias comenzó a gritar por ayuda, cuando una
mano se colocó en su hombro, y una voz masculina sonó detrás de Elias. Girando
su cabeza, Elias encontró detrás de él a
un hombre vestido de traje negro y corbata blanca.
-Te
advertimos.- Dijo el desconocido, y antes que la casi congelada lágrima de
Elias terminara de caer al suelo, los tres ya se habían esfumado.
Episodio 1 - E-Mail => FIN
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¿Pero qué? ¿Quién era ese misterioso hombre? ¿Tendrá alguna relación con el e-mail de la mañana? ¡Fijo que sí! (-_-) Pero más importante... ¿Tiene algo que var con la historia de Elias sobre Sistema? Ya sabremos todo esto en el siguiente episodio. Qué feliz que estoy lectores, sobre todo por estar una vez más con ustedes. Espero que la historia haya sido de su agrado. Ah, por cierto, quiero comentarles que de ahora en más, todos lo SÁBADOS, hay nueva Historia Friki. Sin falta, pondré todo mi empeño en evitar pasarme de fecha (Aunque si ya llevas leyendo el blog un tiempo, seguro te habrás dado cuenta que no soy precisamente el más responsable del mundo...). ¡Pero esta vez voy enserio!
Ahora que ya he dicho lo que he de decir, me voy, pues, a trabajar en otra entrada para su exquisito deleite. Recuerden alimentar a los peces, recomendarnos con TODOS, y de vez en cuando ir a por una manzana y atraparla en una deliciosa capa de miel. Libráos de Turisas. ¡Hasta la próxima!
-Guille-
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